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En líneas generales, la astronomía se puede dividir en dos partes principales: la astrofísica y la astrometría. La astrofísica se ocupa de la física de los astros y se diferencia de la astrometría en que ésta considera a los astros como puntos (o discos, como en el caso del Sol), sin preocuparse de sus aspectos físicos. Así el astrómetra mide la posición de una estrella en el cielo, y su temperatura, su tamaño, masa, estado físico o composición química le es indiferente. La investigación de todas estas características es tarea del astrofísico.

Si bien el estudio de la astrofísica comenzó en el siglo pasado, sólo desde principios del siglo actual se la puede considerar una rama de la astronomía, cuya importancia se acrecienta con el paso de los años.

Una de las dificultades de la astrofísica es que todos los cuerpos celestes, salvo los del sistema solar, están más allá del alcance de la exploración directa. No se puede desembarcar en una estrella (ni siquiera en la más próxima: el Sol), ni tomar muestras de su superficie, ni analizar su composición en el laboratorio. Todo lo que se sabe de los astros (y en especial de los que se encuentran fuera del sistema solar) está basado solamente en el estudio de la luz o, dicho en forma más general, de la radiación electromagnética que llega hasta nosotros. A modo de introducción, corresponde que nos ocupemos de esta radiación.