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derwu

a importancia de la cultura alcanzada por Tiahuanaco se extendió más allá de la meseta altiplánica por medio del comercio y de la aplicación de la política de los mitimaes, que consistía en el trasplante de grupos étnicos completos de un sitio a otro, con el consiguiente sometimiento de importantes grupos humanos. Esta política fue aplicada posteriormente, también, por los incas.

El distinguido investigador Boero Rojo muestra su extraordinario amor a esta tierra al describir con belleza y calidez la historia de Tiahuanaco. Así, nos cuenta:

El comercio se vinculaba a la producción de las canteras de donde se extraían andesita, basalto, obsidiana, etc.; a las minas que proveían oro, plata, cobre, estaño sobre relieves importantes; el transporte de productos de las zonas subtropical y tropical que se consumían en Tiahuanaco: coca, ají, locoto, maíz, etc. y es, sin duda, altamente importante la economía pesquera que tuvo que haberse desarrollado en la región.

Fue tan inmensa la radiación del imperio que se demuestra en construcciones muchas veces atribuidas a los incas. El lago sagrado guarda bajo sus aguas ribereñas bloques y muros de piedra que no han sido todavía suficientemente estudiados. El idioma aymará aún suena en los nombres de algunas poblaciones del flanco norte de la Cordillera de La Paz; en los valles centrales de Cochabamba y Chuquisaca; al sur del salar de Uyuni y hacia el oeste hasta las playas del Pacífico. Así, por ejemplo, el río Viloma que nace en las quebradas de la Cordillera de la Herradura, en Cochabamba, deriva su nombre de dos voces aymarás: Huila = rojo y urna = agua, o sea el río de las aguas rojas.

Al agotamiento del imperio y al diluimiento de su historia, le sigue en importancia el Incario, cuyos gobernantes-dioses, hijos del sol, les cupo borrar esta magnífica cultura, para poder ser reconocidos ellos mismos como divinidades. A pesar de todo, llegan hasta los conquistadores españoles leyendas que los cronistas acogen. Algunas hablan de sucesivos asentamientos a través de las épocas, luego de grandes calamidades como diluvios, movimientos telúricos, tempestades de rayos o épocas de desaparición y reaparición del sol. Otras tradiciones, también envueltas en nubosidades, relatan la presencia del jefe colla Huyustus a quien se supone tan pronto el dios capaz de edificar o destruir. Y cuando aflora la pregunta de ¿quiénes construyeron la ciudad?, los naturales afirman que había sido construida por gigantes.

Tiahuanaco, en su estadio imperial, adquiere dimensiones para las cuales es difícil encontrar equivalentes. Es la gran ciudad que brilla iridiscente en contraste con el paisaje grisáceo de la meseta. El sol luce su esplendor y se desparrama en haces radiados cuando la luz golpea en los enchapes áureos o plateados de las eternas piedras hechas para transponer los límites del tiempo, adornados con dibujos o ideogramas que hoy sólo son comprensibles a esos dioses para los que fueron tatuados en el basalto o la andesita.

El distinguido escritor Boero Rojo se exalta al describir esta maravilla de la América Meridional, enclavada como un faro en lo alto de los Andes. Y continúa su descripción de este estadio imperial:

Imaginemos una ciudad totalmente planificada con todo lo que el planeamiento urbano significa: agua potable fácilmente accesible; agua servida descartable mediante una serie de canales, muchos de los cuales corren subterráneos; calles para el tránsito de los pobladores entre sus viviendas y los templos; obras viales para la comunicación del imperio.

En el estadio imperial de Tiahuanaco, los fabricantes de cerámicas elaboran artísticas obras bellamente decoradas; los metalurgistas ceden metal fundido para los orfebres que tan pronto cubrirán los bajos relieves o fabricarán objetos suntuarios, tales como pectorales, diademas, brazaletes; los trabajadores del cincel magnifican la piedra, casi la hacen a capricho, la armonía es tan precisa que para lograrla se tendría, hoy en día, que acudir a costosos instrumentos, pero esa perfección nace en Tiahuanaco amparada quizá en toscas herramientas y en un aprendizaje adquirido a través de siglos. Los astrónomos, en el espejo de la piscina de Akapana, irán siguiendo el paso de los astros, verificarán los eclipses, y, tal vez los predicirán con exactitud. Los ingenieros darán inclinaciones a los muros de tan cabal precisión que su cálculo de resistencia, a desplazamientos, tensiones, presiones, etc., hace prácticamente indestructible la estructura misma de las edificaciones; se calcula con exactitud matemática el declive de los bota aguas y alcantarillas, que aún en la actualidad cumplen su cometido. Los arquitectos dibujan detalles y elaboran la planificación del conjunto urbano. La medicina no sólo se circunscribe a la herbolaria sino que incursiona en la cirugía mayor. Los sacerdotes asumen la dignidad de ser los responsables de las ofrendas a los dioses. Los guerreros ya pumas o águilas llevarán al arco de chonta y la flecha terminada en aguda punta de obsidiana para imponer la presencia del imperio en los más lejanos lugares. Los gobernantes asumirán la responsabilidad de mantener la acrisolada disciplina, a la vez que sus decisiones conllevan la expansión del imperio; el arte de su política se plasma en tres mil años de historia que son necesarios para lograr la mítica ciudad que, inexplicablemente, se despoblaría sin que para ello se encuentren causas visibles.

Así como hubo misterio en su origen, también lo hubo en su fin. Ahora, sólo quedan las ruinas.

Ruinas que tampoco han sido respetadas. Siguiendo un viejo atavismo que lleva a los hombres a destruir lo que no comprenden, Tiahuanaco ha sufrido ese cruel destino. P