Los liberales sostienen que la apertura comercial beneficia
ambas partes, ya que el liberador obligará a sus fabricantes a
mejorar y ampliar su producción contribuyendo así a elevar el
nivel de vida de sus trabajadores. Por su parte, el expansionista
conseguirá ampliar sus mercados con idénticas ventajas para su
nación. Los proteccionistas, se oponen fuertemente a todo
intento de liberalizar el comercio entre países, al menos mientras
su plantel industrial no se haya consolidado y sea capaz de salir
a competir en calidad y precios en lo mercados mundiales. Esta
“industria naciente” debe ser protegida a través de barreras
arancelarias y no arancelarias (cuotas de importación, por
ejemplo). Sin embargo, la historia ha demostrado que dichas
industrias desarrolladas bajo el amparo del Estado, difícilmente
logran adquirir en ese ambiente incubado la destreza y capacidad
requeridas, permaneciendo rezagadas o circunscritas al mercado
local.
El nuevo factor que se incorpora al debate es la economía
ecológica, constituyéndose así la trilogía libre Comercio-
Proteccionismo-Desarrollo Sustentable, donde pareciera existir
más elementos en común entre las dos últimas, a tal punto que
muchos han visto en la protección del ambiente herramientas
para la protección industrial (barreras verdes).
Los países en desarrollo, quienes generalmente poseen
abundancia de recursos naturales, han adoptado en su mayoría
estrategias de crecimiento hacia fuera incentivando las
actividades de exportación, las cuales, generalmente, se refieren
a actividades primarias de explotación de recursos. Esta misma
disponibilidad de recursos y el bajo costo relativo de la mano de
obra y de la energía hacen que dichos países atraigan capitales
foráneos, lo cual, de por sí, no es negativo.
Los inconvenientes surgen cuando dichos capitales son
invertidos aprovechándose de las laxas políticas ambientales de
los países que los reciben, llevándose consigo los beneficios
económicos y dejando detrás de sí los costos sociales (se
Ramoni P. J., Gianpaolo, O: Sustentabilidad global, comercio,...
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retornará este punto más adelante para destacar ventajas e
inconvenientes de ambas corrientes). En cualquier caso, no se
debe olvidar que el comercio entre naciones es inevitable, así
como es igualmente cierto que algunas naciones, ya sea por
razones de índole proteccionista o conservacionista, están
aplicando sanciones con trasfondo ambiental al comercio, lo que
obligará a los demás países a adaptarse, lo más tempranamente
posible, a estos cambios si no quieren ser desplazados.
Además, una apertura comercial que eleve los niveles de
oferta y demanda de bienes, tanto los transables si se agiliza el
comercio, como los no transables debido al esperado incremento
en el nivel de vida que el libre comercio supone, implicaría un
uso intensivo de los recursos disponibles y una mayor afectación
del medio ambiente. Este es otro de los temas de discusión
dentro del debate al que se refiere.
2 El problema ambiental: Un problema de todos
A medida que se reduce el grado de tolerancia del ambiente
a la afectación sometida por el hombre, surgen problemas
ambientales nacionales que no afectan el ambiente de otras
naciones, principalmente en aquellas naciones donde los
elevados estándares de vida alcanzados a raíz de una rápida
industrialización han debilitado enormemente la capacidad
regenerativa del ecosistema.
Sin embargo, muchos de estos problemas no pueden ser
circunscritos a un área geopolítica específica y, ya sea directa o
indirectamente, se han convertido en un problema de todos: la
protección de la capa de ozono, la conservación de los
remanentes pulmones vegetales, el efecto invernadero, la
preservación de las fuentes de agua y de la biodiversidad. Es
por esta razón que muchas naciones han optado por introducir en
sus negociaciones con terceros, regulaciones con miras a limitar
los efectos degradantes transfronterizos, e incluso, tratar de
imponer la adopción de las mismas a otros países. Más aún, si
Ramoni, P. J., Gianpaolo, O: Revista Economía No. 13, 1997.114-143
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no está muy clara la distinción de cuándo un problema ambiental
deja de ser nacional para convertirse en mundial, dada la
estrecha interdependencia de los ecosistemas. No obstante, esta
imposición resulta muy difícil ya que depende de la capacidad
de cada nación de destinar gasto a la protección ambiental y de
rechazar inversiones que respalden “industrias sucias”. Esta es
la fuente del conflicto económico-político-ambiental, ya que
toca puntos álgidos en los que se debilitan privilegios de algunos
y se favorecen otros.
La adopción de medidas ambientales queda pues al libre
albedrío de cada nación y los intentos que éstas puedan hacer
para persuadir a las otras de seguir su ejemplo son básicamente
unilaterales, revestidas bajo el manto de medidas comerciales.
Lamentablemente, no existe hasta el momento un fuerte cuerpo
normativo legal que respalde estas medidas en el ámbito
internacional, como ocurre con el libre comercio, lo cual puede
tener efectos impredecibles en las relaciones entre países. A tal
fin, sólo se cuenta con los Acuerdos Ambientales Internacionales
(AAI) como instrumento para abordar asuntos transfronterizos,
pero se sustenta, básicamente, en la cooperación internacional.
Lo mismo ocurre con otros organismos como la Comisión
Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo (WCED, por
sus siglas en inglés), o la ISO, la PNUMA, la UNCTAD, el
Banco Mundial, entre otros, que buscan extender y estandarizar
las normas ambientales, pero aún les queda mucho por hacer.
Cabe destacar que estas normativas son básicamente elaboradas
por los países desarrollados, teniendo los que están en desarrollo
poco poder de decisión sobre las mismas y mayores dificultades
para acogerlas oportunamente. En todo caso, el GATT/WTO
pue