Julieta tenía 13 años. Sergio entró con el equipaje de la abuela Flora en la habitación.
La niña se dio cuenta que su mamá la tomaba de la mano y la sentaba al
borde de la cama, y le explico por qué la abuela Flora se iba a quedar
allí.
Flora ni siquiera recordaba el nombre de Julieta, le decía Paula, Raquel, Anita… (¿Por qué “Anita”?).
Traían a la abuela Flora, justo en su habitación. Paula salió de la
pieza y Julieta se quedó sentada sobre la cama. Le gustaría tener una
mamá como las demás. No como la suya, una mamá prolija. Además, el
departamento es chico. Estaba bien con ellas dos, pero ahora con Sergio
(su padrastro) y Nicolás (su hermano)… Y ni hablar de Flora. El desastre
sería completo.
Julieta ayuda a su mamá y cuida a ese bebé. A Julieta ese hermano le cayó de sorpresa como la abuela Flora.
De pronto Julieta miró la cama y se acordó de Flora. Julieta sabía que
su papá vivió con ella y su mamá hasta sus dos años. Después Julieta iba
y venía (su mamá había conseguido un empleo) del jardín, a la señora
que la cuidaba.
Después de un tiempo, las cosas mejoraron, Paula trabajó menos horas y el dinero les alcanzó.
Hasta que otra vez apareció su papá. Ella misma le abrió la puerta y lo
vio llegar. Pero tuvo el presentimiento de que su visita no le iba a
gustar.
Su madre dice que con Sergio las cosas son distintas porque se siente acompañada y ayudada.
Julieta había visto pocas veces a su abuela porque Flora vivía con
Raquel. Cada vez que Raquel y Paula, que eran hermanas, se veían,
terminaban peleadas; hasta que las dos llegaron a la conclusión de que
ignorarse era lo mejor. La tía Raquel había quedado viuda con una hija,
Rita, de apenas 7 años. Por eso, se había mudado a la casa de la abuela
Flora. Ahora Rita iba a la universidad.
Cuando Julieta miraba a esa abuela lenta como un dinosaurio y de mirada
perdida le parecía imposible que fuese la misma persona de la que su
madre le había hablado.