La economía agrícola y feudal de la Edad Media había dado paso a una
economía urbana. El resurgimiento de las ciudades autónomas, el mayor
uso de la moneda como medio de intercambio, las nuevas demandas de
productos, así como un comercio más pujante, favorecieron el surgimiento
de un nuevo grupo social: la burguesía.
A diferencia de los señores feudales, los burgueses establecieron su
base de poder en las ciudades (burgos) y no en el campo. Los burgueses
no eran siervos ni señores, sino un grupo nuevo que empleó el dinero
como medio de intercambio e impulsó las actividades bancarias, por
ejemplo, el préstamo y la letra de cambio. De este modo, la burguesía
incrementó su liderazgo.
Además, los burgueses no tenían intereses locales como los señores
feudales, por eso se aliaron con los monarcas y ayudaron a constituir el
Estado moderno. Se desempeñaron como financieros, asesores, ministros y
comerciantes. Así, la burguesía promovió el capitalismo, impulsó la
revolución comercial de los siglos XV a XVII y difundió nuevas ideas
políticas y religiosas, distintas de las del sistema feudal.
La hegemonía europea y el primer capitalismo van de la mano con el
nacimiento del Estado moderno. Los europeos alcanzaron el éxito en sus
empresas coloniales debido a la modernización de los reinos, que
centralizaron el poder en la figura del monarca, crearon burocracias
eficientes, organizaron ejércitos poderosos e hicieron buen uso de sus
recursos. Entre esos reinos destacan las ciudades-Estado de Italia y
Alemania (siglo XV); Portugal y España (siglo XVI), Francia, Inglaterra,
Suecia, Prusia y los Países Bajos (siglo XVII).