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García Márquez defiende en Cien años de soledad que lo maravilloso puede convivir con lo cotidiano y, a través de un lenguaje evocador y preciso, hace revivir lo inverosímil y lo reconvierte en verídico y poético. La posibilidad de hacer compatibles lo cotidiano y lo poético es función de la poesía, cuando ésta brota como creación a través del lenguaje. 

La nueva novela utiliza un sistema de referencias en las que no se halla ausente el mundo mágico. Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, el propio Jorge Luis Borges, entre otros, lo extraen de sus tradiciones o lecturas. Cortázar muestra también una atención preferente hacia lo mágico desde una conciencia urbana. Pero García Márquez lo refunde y obtiene nuevos y vibrantes resultados. Desde las primeras páginas alude a "los sabios alquimistas de Macedonia" y a la alquimia y sus mitos. A través de ella, por ejemplo, Melquíades recobra la juventud. Esta fáustica operación tiene mucho de burla. Melquíades aparece con una dentadura postiza que se extrae y muestra a sus sorprendidos espectadores: La magia, en ocasiones, no es sino engaño.