Las acciones humanas, motivadas por la consecución de diversos fines,
provocan efectos colaterales sobre el medio natural o social. Mientras
los efectos perseguidos suelen ser positivos, al menos para quienes
promueven la actuación, los efectos secundarios pueden ser positivos y,
más a menudo, negativos. La evaluación de impacto ambiental (EIA) es el
análisis de las consecuencias predecibles de la acción; y la Declaración
de Impacto ambiental (DIA) es la comunicación previa, que las leyes
ambientales exigen bajo ciertos supuestos, de las consecuencias
ambientales predichas por la evaluación.
La preocupación por los efectos de las acciones humanas surgió en el
marco de un movimiento, el conservacionista, en cuyo origen está la
preocupación por la naturaleza silvestre, lo que ahora se distingue como
medio natural. Progresivamente esta preocupación se fundió con la
igualmente antigua por la salud y el bienestar humanos, afectados a
menudo negativamente por el desarrollo económico y urbano; ahora nos
referimos a esta dimensión como medio social.
La mayor parte de la energía utilizada en los diferentes países proviene
del petróleo y del gas natural. La contaminación de los mares con
petróleo es un problema que preocupa desde hace muchos años a los países
marítimos, sean o no productores de petróleo, así como a las empresas
industriales vinculadas a la explotación y comercio de este producto.
Desde entonces, se han tomado enormes previsiones técnicas y legales
internacionales para evitar o disminuir la ocurrencia de estos
problemas.
Los derrames de petróleo en los mares, ríos y lagos producen
contaminación ambiental: daños a la fauna marina y aves, vegetación y
aguas. Además, perjudican la pesca y las actividades recreativas de las
playas. Se ha descubierto que pese a la volatilidad de los
hidrocarburos, sus características de persistencia y toxicidad continúan
teniendo efectos fatales debajo del agua. Pero, no son los derrames por
accidentes en los tanqueros o barcos que transportan el petróleo, en
alta mar o cercanía de las costas, los únicos causantes de la
contaminación oceánica con hidrocarburos. La mayor proporción de la
contaminación proviene del petróleo industrial y motriz, el aceite
quemado que llega hasta los océanos a través de los ríos y quebradas. Se
estima que en escala mundial, 3.500 millones de litros de petróleo
usado entran en ríos y océanos y 5.000 millones de litros de petróleo
crudo o de sus derivados son derramados. Los productos de desechos
gaseosos expulsados en las refinerías ocasionan la alteración, no sólo
de la atmósfera, sino también de las aguas, tierra, vegetación, aves y
otros animales. Uno de los contaminantes gaseosos más nocivo es el
dióxido de azufre, daña los pulmones y otras partes del sistema
respiratorio. Es un irritante de los ojos y de la piel, e incluso llega a
destruir el esmalte de los dientes